domingo, 16 de diciembre de 2007

El mundo en el espejo por Michel Houellebecq

En su paso por Argentina Houellebecq nos dejó algunas perlitas:


La maté porque era mía (el hombre que amaba a las mujeres)

Esther, en La posibilidad de una isla, me cansó de una manera que ustedes no pueden imaginar. Y tengo bastante mérito porque no la maté a pesar de eso. Cuando un personaje me cansa realmente, lo liquido. Me reprochan que siempre mato a las mujeres, lo que pasa que me cansan más las mujeres. Pero no soy malo, me parece que los personajes me salen bastante bien y, a pesar de que soy un escritor no tan bueno como Dostoievski, que es quien más me ha marcado en mi adolescencia por cierto, junto a Pascal, creo que mis mujeres me salen mejor. Me parece que a él las mujeres no le interesaban demasiado. A mí sí. Y hay que interesarse por esos personajes, porque si no uno no llega a nada.


Céline hundió Francia

En Francia hay algo que empieza a irritarme bastante: hay una tendencia a volver hacia libros más modestos que no son deprimentes. Hay un retorno a los buenos sentimientos. Yo no soy para nada cínico, soy un romántico, evidentemente. Pero, a pesar de eso, hay que tener en cuenta la parte mala y deprimente.

Desdichadamente si se trata de saber si la literatura norteamericana merece dominar en Francia, globalmente –aparte de algunas excepciones– diría que sí. El nivel no es excepcional, pero me parece que Louis-Ferdinand Céline le causó bastante daño a la literatura francesa. El tenía un estilo, como todo el mundo tiene un estilo, pero se alzó mucho contra las ideas. Eso es normal porque él mismo no tenía ideas, y cuando tuvo ideas eran bastante estúpidas, como el antisemitismo y esas cosas. Además, tiene una forma de escritura que quiere hacerse notar: con puntuaciones visibles, cosas extrañas, y eso hizo bastante mal a la literatura francesa. Hay que decir también que el nivel de los periodistas es bastante malo en Francia. Cuando se les habla de estilo, entienden Céline. Tienen poca cultura.


Otros en vez de Marx

El comienzo del siglo XIX francés es un período bastante brillante. Lo que es bastante normal, porque la Revolución Francesa fue un acontecimiento sin precedentes; todas las bases del antiguo sistema social se vinieron abajo y hubo un esfuerzo intelectual para imaginar lo que podría dar nuevas bases a la sociedad. Ese esfuerzo fue impresionante. Vale la pena leer a Fourier, Comte, Tocqueville. Tocqueville escribe de una manera estupenda, en cambio Auguste Comte y Fourier son, a veces, ilegibles.

Marx llegó un poco después. Y se quedó con las apuestas que habían hecho otros porque tenía fórmulas de choque. No muy profundo, pero con fórmulas de choque. Por ejemplo, “la religión es el opio del pueblo” o “la filosofía sólo se contentó con describir el mundo, hay que transformarlo”. Es un autor más bien de fórmulas de choque. Sería excelente publicitario actualmente. Pero en realidad, la reducción a lo económico no funciona para nada.

Fourier tuvo el mérito de haber planteado problemas de conformación de familias. Comte se planteó la pregunta de si la sociedad podía sobrevivir sin religión, lo que es una buena pregunta. Esos autores merecen una relectura.

En cambio no tengo una gran estima por el siglo XX, en general. El nivel cambió mucho y últimamente estoy bastante contento de haber cambiado de siglo. También hay que reconocer que alguien como Balzac, por ejemplo, tuvo una suerte extraordinaria. Posiblemente sea el novelista mejor dotado que existió. Y llegó en el momento en que la sociedad se transformaba, ahí, delante de sus ojos.

En el mundo actual es mucho menos interesante estar en Francia que en Rusia. Es una sociedad que evoluciona poco. Entonces, bueno, hago lo que puedo en las condiciones en que estoy ubicado. Pero es cierto que algunos otros y yo mismo hemos encontrado la literatura francesa en un estado bastante lamentable. Hay que decirlo así como es.



http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-4312-2007-12-16.html#inicio

jueves, 6 de diciembre de 2007

en los pasillos del hospital existe algo que no se encuentra al caminar por las calles. el frío suave de los aires acondicionados, la transparente luminosidad que todo deja ver, que todo trasluce.
la transparencia de la muerte.
nos movemos de aquí para allá sin poder disimular que ahí estamos. no importa cuánto ocultemos la renguera o cuán erguido tengamos el torso al llegar a la internación: estamos ahí. y puede que sea la última vez.
el rostro intenta salirse de la máscara, el gesto se transforma. el espacio borroso se aclara, lento, bajo la pura naturaleza; o bajo la medicalidad asistida.